lunes, 10 de agosto de 2009

No hay fecha que no se cumpla

Cuando se hizo público el calendario del hexagonal final de la CONCACAF, la primera fecha a observar por su importancia fue el partido donde México recibe a Estados Unidos. El día se veía muy lejano: aún no sabíamos de la influenza, 48 niños iban a una guardería en Hermosillo y trágicamente lo dejarían de hacer, un tifón no había tirado ningún edifico en Taiwan o China y Zelaya y su ya famoso sombrero ocupaban la presidencia de Honduras. Así de lejano veíamos el 12 de agosto. SIn embargo, no hay plazo que no se cumpla y el día ansiado llegó.

Será mañana cuando México y Estados Unidos se vuelvan a batir en la impecable alfombra verde del majestuoso Estadio Azteca. Para un verdadero fanático, de esos de hueso colorado, el ritual previo a un partido comienza con semanas de anticipación. El primer paso es decidir quienes serán los privilegiados invitados a compartir las emociones durante los 90 minutos vibrantes que se vienen mañana.
Habiendo decidido esto, se debe actuar con rapidez para poder obtener los sagrados boletos en la zona que uno prefiere, para ello, hay que correr al Auditorio Nacional y formarse un ratín bajo el quemante sol de la capirucha. Es difícil precisar el tiempo de espera, porque mientras está uno formado, va imaginando el escenario perfecto para nuestro equipo y vislumbra al Estadio Azteca entonando el Cielito Lindo al minuto 90 después de una exhibición que sacó a la porra gringa desde el 80.
Ya con los boletos en la mano, no queda de otra mas que hacerle ver a todos esos bobos que perdieron el tiempo y no compraron sus boletos, pensando que los podrían adquirir en las taquillas. Muchachos, aprendan, lo único que hay en las taquillas cuando juega la selección es la caca de los caballos que se paran junto a los torniquetes a echar la flojera.
El siguiente paso es preparar el camino para la cita más importante desde la semifinal de la Copa América contra Argentina. Yo por lo pronto ya llamé a todos mis secuaces y la peregrinación empezará en mi humilde morada ( que ni es morada sino blanca) a las 11 de la mañana. De aquí nos iremos en dos troncomóviles hacia el Periférico y haremos una parada obligatoria en alguna taquería del sur para terminar en las ya famosas Gomichelas o en Las Aztecas.
Los últimos pasos hacía él Templo Mayor del fútbol mundial (aunque se quejen los ingleses y brasileños), los daremos a las 2 de la tarde, para estar instalados en nuestra porción de cemento diez minutos después.
Lo que viene después ya es tradición: te presentas con el cartero pa que el wuey te traiga la primera chela doble, eso si, lo primero que hace es avisarte que al minuto 15 del segundo tiempo se acaba la vendimia. Después, se viene el himno de la FIFA que ya hasta me empieza a gustar y el primer climax se alcanza en el Himno de México. Es un momento difícil de explicar, se necesita vivirlo para sentirlo.
El último ingrediente de la tarde, ya no lo ponemos los aficionados, ese ya le toca a los jugadores y son los goles.
Y de pronto, en un tris, el partido se acabó, las gargantas siguen vivas en las rampas del coloso y la fiesta continúa hasta el siguiente partido.
Ya es tiempo TRI, regrésanos la alegría que nos fue robada.

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