En el último post había rogado para que el vuelo de Houston a Bogotá fuese tranquilo. Error. Se me olvidaba que el bruto de Murphy me odia y fue todo lo contrario. Para empezar, no hubo primera clase y como venía sentado en la fila 10, fui de los últimos en abordar y ya no hubo espacio en los overhead bins para guardar mi mochila y la tuve que poner abajo del asiento. Esto resultó una mentada de madre porque no podía estirar las piernas y del otro lado del pasillo venía un teporochito que se sentía dueño del avión y estiraba las patas por doquier.
Ojalá ese hubiese sido el único inconveniente del vuelo, pero hasta creen. Nos tocó una turbulencia bárbara justo cuando pasábamos por Centroamérica y a mi como que ya me estaban dando ganas de ir a hacer pipí, pero yo respeto las leyes y mucho más en los aviones (ay ajá), me tuve que aguantar. Mi esfuerzo no sirvió de nada porque a la vieja de la ventana se le ocurrió ir al pipisrum en el peor momento y me tuve que levantar para que pasara y en el instante en que me siento, el sobrecargo la ve y que me la regresa a su lugar con la cola entre las patas y ahí voy otra vez a pararme.
Total que aterrizamos en Bogotá y tuve que esperar una hora a mi prima Tania porque se quedó jetona y no fue por mi. Mientras cambié dinero y me di unas vueltas por el aeropuerto que ya estaba lleno y era plena madrugada. El Dorado parece central de camiones y si estás esperando a alguien en las llegadas internacionales, lo tienes que hacer a la intemperie, sí, en la calle. Por cierto, estábamos a 5 grados en ese momento. Por eso, qué bueno que Tania no me tuvo que esperar.
Después de una rica pestañita, porque no había pegado el ojo en toda la noche, salimos a caminar por Bogotá y nos trepamos al Transmilenio, el original Metrobús, el chilango es la copia pues. Méndiga cosa iba llenísima y aunque un amigo insista en que es muy bueno, yo insisto en que es bueno pero no es suficiente. Se necesita un metro y no solo para que la gente se suicide aventándose a las vías. Yo venía con la ilusión del Transmilenio y ahora trato de evitarlo porque en cuanto me subo, quedo aplastado peor que sándwich de niño de primaria al que se lo pusieron en una bolsa y no en un tupperware.
Llegamos a la estación Jiménez y de ahí caminamos a La Candelaria y a las distintas sedes del gobierno. Enorme fue mi sorpresa al ver las condiciones precarias en las que se encuentra la ciudad. Edificios más viejos que Fidel Velázquez antes de que las diera, gente pidiendo dinero en las calles y esculcando los botes de basura, ambulantes que me recordaron Eje Central en viernes de quincena antes de navidad y mucha, pero mucha basura. Digamos que el Ecoloco se hubiese sentido en el paraíso terrenal.
Regresamos por ahí de las 6 de la tarde a los rumbos de la casa porque Andrew tenía hoops pero nanai, sus compañeros de equipo me lo dejaron plantado y acabamos viendo Alf en la casa. Ya se me había olvidado lo bobo que es ese programa, pero eso si, estaba muerto de risa. Lo que me preocupa es que entonces a lo mejor el bobo soy yo!
Estaba yo muy contento y viendo que apenas era media noche y de repente observé que mi teléfono decía que ya era la una de la madrugada. La mamarrachada de computadora no actualizó automáticamente el reloj y al darme cuenta que había perdido una hora de mi vida, me ardí mucho y mejor me dormí.
Así fue el primer día en Bogotá. Seguiré twitteando todo lo vivido aquí y lo pueden seguir en @MexicoFER o en el hashtag #bogotanation . Debo confesarles que ese hashtag se me ocurrió porque ayer moría de hambre y se me antojaba una botanation o algo así.

